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domingo, 31 de julio de 2011

libre albedrio (II)

“llamamos libre albedrío al desconocimiento de las causas de nuestro comportamiento”.
                                                                                                   Spinoza

Estoy delante de un delicioso helado de chocolate y tengo que tomar la decisión de comérmelo o no. En mi deliberación compiten el deseo de darle un mordisco –mis mensajeros químicos me indican la sensación de hambre- y unos mensajes cerebrales que indican que debo controlar el colesterol o el sobrepeso. Yo no soy consciente del proceso de deliberación, pero de repente dejo el helado en el congelador, y pienso: “he hecho lo que he querido”.
En realidad, mi cerebro ha actuado de forma inconsciente y después me ha transmitido la sensación de haber actuado de manera voluntaria. No hace falta recurrir a ningún ente imaginario e inmaterial que toma decisiones y que viola las leyes de la física. En todas las conductas actúan mecanismos similares, más o menos complejos, pero igual de determinados. Las causas de las conductas están en las complejas interacciones neurales que dependen del programa genético con el que uno nace y de su continua interacción con el entorno durante toda la trayectoria vital.
La mecánica cuántica no tiene nada que ver en este asunto y las neurociencias  han descartado definitivamente el dualismo entre mente y materia. Todo está causado por una inconmensurable cadena de causas que rigen el destino del Universo. Este determinismo cosmológico elimina el problema del anticuado debate entre determinismos genéticos y ambientales que llenan de confusión el tema de la responsabilidad moral. El problema es que muchos de los llamados científicos sociales deberán descartar el dualismo de su compleja y vacía charlatanería.

miércoles, 27 de julio de 2011

Psicologia evolucionista

Darwin tuvo mucho cuidado de no hablar del hombre en su obra sobre el origen de las especies. Intuía la conmoción que produciría la inclusión del ser humano en el proceso evolutivo. El codescubridor del mecanismo de la selección natural, Alfred Russell-Wallace, se negó a aceptar la idea de que nuestras facultades cognitivas superiores pudieran explicarse por la evolución. Posteriormente, Darwin, convencido de que la diferencia entre los humanos y las demás especies no era de sustancia sino de grado, se atrevió, en “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre” y en “El Origen del Hombre”, a proponer explicaciones evolucionistas de nuestras conductas.


Tras el desarrollo del neodarwinismo a lo largo del siglo XX, nadie se atrevía a negar, al menos en ámbitos ilustrados, que nuestro diseño corporal fuera un producto de la selección natural, pero la mente humana  se resistía a ser analizada en términos evolutivos.

El surgimiento de la etología y la sociobiología, a mediados del siglo XX, provocaron encendidos debates  y los ataques se sucedieron contra todo aquel que sugiriese que nuestra mente obedecía los dictados de la naturaleza. Cualquier acercamiento evolutivo al estudio de la psique humana era tachada de reduccionismo y de determinismo genético. La resistencia desde diversas ciencias sociales o biológicas a aceptar las explicaciones evolutivas de la naturaleza humana abrieron acaloradas discusiones teñidas de política donde solo debió haber debate filosófico o científico. Las implicaciones de estos estudios  son muchas y profundas, aunque sea complicado admitirlas porque apuntan directamente a nuestro orgullo.
Fue a finales del siglo pasado (1992), con la publicación de un libro ,The Adapted Mind, de John Tooby, Leda Cosmides y Jerome Barkow, que empezó a postularse la Psicología Evolucionista (PE) como una perspectiva necesaria para el estudio de la mente humana.
Entender al ser humano es entender sus orígenes y la verdadera revolución darwiniana consiste en comprender que no solo sus atributos físicos sino también los mentales y comportamentales se originaron como respuesta a presiones selectivas de supervivencia.
Es en el siglo XXI cuando este nuevo enfoque está tomando fuerza a la hora de explicar no solo nuestros deseos y nuestras pasiones, sino también nuestras relaciones sociales y políticas.
Su punto de partida es sencillo: Nuestros circuitos neurales han sido diseñados por selección natural para resolver los problemas a los que se enfrentaron nuestros ancestros durante su historia evolutiva.
También en este siglo,  las neurociencias han pasado de ser el estudio anatómico y funcional de las neuronas y del cerebro a estudiar la conducta y la condición humana.  Su desarrollo, junto al de la psicología evolucionista  ha penetrado en el mundo de las ciencias sociales y les ha arrebatado su visión ambientalista según la cual el hombre es una tabla rasa en el momento del nacimiento siendo la sociedad la que va configurando su mente.
La resistencia a la PE sigue siendo intensa en círculos intelectuales y políticos, pero su  fusión con las neurociencias en el presente siglo nos arrojará una inesperada  luz sobre el estudio del hombre y su psique. Puede que algunas de las ilusiones más ancladas en nuestro espiritu estén a punto de desmoronarse.

domingo, 17 de julio de 2011

Vía lactea


Entender la vida como fragmentos de materia que extraen orden de su entorno y así se perpetúan en el tiempo. Fragmentos de materia que desde un rincón de la Vía láctea son capaces de reflexionar sobre sí mismos. La única manera de concebir este singular misterio es aceptando un imperativo cósmico. Unificar la armonía del Universo y la naturaleza humana. Entender la vida como un experimento singular de Dios.

martes, 5 de julio de 2011

El conatus o la voluntad de vivir.


¿Como explicar la clara y obstinada insistencia en el crecimiento ordenado de un ser vivo desde las instrucciones genéticas que contiene el núcleo de un zigoto?

¿Qué es, en realidad, la “voluntad de vivir” instintiva que posee un mamífero recién nacido que le impulsa a chupar tras un leve contacto con el pezón de su madre?



Spinoza lo intuyó hace unos cuantos siglos con el concepto de “conatus” (esfuerzo, empeño,  impulso, inclinación, tendencia): “…cada criatura, en la medida que puede por su propio poder, se esfuerza para preservar en su ser…”.   “…el empeño mediante el que cada criatura se esfuerza para preservar en su ser no es otra cosa que la esencia real de la criatura.” (Proposiciones 6, 7 y 8. Ética, parte III)

Esta idea puede considerarse precursora del moderno concepto de “autopoiesis” que hace referencia a la propiedad de los seres vivos de construirse a sí mismos “Los seres vivos son redes de producciones moleculares en las que las moléculas producidas generan con sus interacciones la misma red que las produce” (Maturana).
También en la actualidad Damasio busca a Spinoza en su magnifico libro “En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos” para explicar la tendencia al equilibrio homeostático que cumplen las emociones y los sentimientos intentando conseguir el estado de bienestar.

Así pues, desde la biología actual, el conatus puede entenderse como una serie de circuitos cerebrales y de señales químicas y electroquímicas que gestionan de manera eficaz la regulación de la vida. Los seres vivos nacen con dispositivos neurobiológicos congénitos diseñados para mantenerse en el tiempo y resolver automáticamente los problemas “vitales” (encontrar fuentes de energía que conserven su estructura y autorregulen su medio interno).

Se empeñan, aún sin intervenir la conciencia, en preservarse en el tiempo, en sobrevivir.