“llamamos libre albedrío al desconocimiento de las causas de nuestro comportamiento”.
Spinoza
Estoy delante de un delicioso helado de chocolate y tengo que tomar la decisión de comérmelo o no. En mi deliberación compiten el deseo de darle un mordisco –mis mensajeros químicos me indican la sensación de hambre- y unos mensajes cerebrales que indican que debo controlar el colesterol o el sobrepeso. Yo no soy consciente del proceso de deliberación, pero de repente dejo el helado en el congelador, y pienso: “he hecho lo que he querido”.
En realidad, mi cerebro ha actuado de forma inconsciente y después me ha transmitido la sensación de haber actuado de manera voluntaria. No hace falta recurrir a ningún ente imaginario e inmaterial que toma decisiones y que viola las leyes de la física. En todas las conductas actúan mecanismos similares, más o menos complejos, pero igual de determinados. Las causas de las conductas están en las complejas interacciones neurales que dependen del programa genético con el que uno nace y de su continua interacción con el entorno durante toda la trayectoria vital.
La mecánica cuántica no tiene nada que ver en este asunto y las neurociencias han descartado definitivamente el dualismo entre mente y materia. Todo está causado por una inconmensurable cadena de causas que rigen el destino del Universo. Este determinismo cosmológico elimina el problema del anticuado debate entre determinismos genéticos y ambientales que llenan de confusión el tema de la responsabilidad moral. El problema es que muchos de los llamados científicos sociales deberán descartar el dualismo de su compleja y vacía charlatanería.