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martes, 29 de enero de 2013

SELECCIÓN SEXUAL


“En el fondo, todos estamos  tras la chica y con miedo a morirnos.”
Woody Allen.

Es tan notorio y cierto que entre la mayor parte de los animales se dan reñidos combates por la posesión de las hembras, que será más que superfluo el señalar ejemplos.
Charles Darwin.


Fue el propio Darwin el que propuso el concepto de selección sexual para dar cuenta de algunas características de los animales que no parecían útiles para la supervivencia, y por tanto, no podían ser explicados por la selección natural. La presencia de ciertos caracteres ornamentales, como la cola del pavo real o la cornamenta de los renos en los machos de algunas especies, no se debe a que tengan un valor adaptativo, sino a que las hembras los encuentran atractivos y, por tanto, facilitan el apareamiento
 En realidad, la selección sexual se puede entender como un proceso incluido dentro del la selección natural. Es obvio que un organismo con características muy aptas para sobrevivir, pero con nula capacidad de reproducción tendrá poco éxito evolutivo. Sobrevivir sin aparearse no tiene sentido evolutivo. Por esto, una vez conquistada la supervivencia hasta la edad adulta, las estructuras o conductas que aumentan las posibilidades de reproducción de sus individuos serán seleccionados y aumentarán su frecuencia en la población.  
Dentro de la selección sexual, se pueden distinguir dos tipos de procesos:
Competencia entre individuos del mismo sexo, normalmente machos, por encontrar hembras con las que aparearse
Selección por parte de las hembras, de aquellas características de los machos que le resulten más atractivas o más adecuadas para sus intereses.
Los cerebros de los animales tienen dos objetivos fundamentales, evitar la muerte y  aparearse.  De ahí la frase de Woody Allen que encabeza este artículo. De hecho, el principal imperativo inscrito en el ADN  de los seres que se reproducen sexualmente sería el de sobrevivir a la muerte hasta que consiga la edad adulta para intentar transmitir sus genes a una nueva generación.
En el caso del cerebro humano, los mecanismos psicológicos moldeados en los últimos millones de años por la selección sexual adquirieron gran importancia dado que el enorme cerebro que les concedía mayores opciones de supervivencia y apareamiento implicaba dificultades en el parto.  De ahí que se favoreciera el nacimiento de criaturas muy inmaduras que implicaba condiciones costosas de crianza y, por tanto, una alta inversión parental, es decir, mucha dedicación por parte del  padre al cuidado de la prole. Complejos mecanismos de socialización se pusieron en marcha en las sociedades de cazadores recolectores. La elección de pareja por parte de las hembras era un asunto crucial, seleccionando hombres con cerebros complejos,  pero dispuestos a invertir en el cuidado de la prole.  Para ello necesitarían ingeniosas estrategias de seducción para tener prioridades a la hora de elegir. Por su parte, los machos, intentarían conquistar status elevado que permita mejorar las posibilidades de aparearse; el arte y la cultura ayudaron, así como cualquier manifestación de la inteligencia creadora, también el engaño y la astucia. La mente evolucionó no como una máquina de supervivencia sino como una máquina para el cortejo (Miller).
Para Geoffrey Miller, la selección sexual jugó un papel fundamental en el origen de la música, la pintura o el lenguaje poético gracias al fenómeno de selección en cascada introducido por Fisher para referirse a la  retroalimentación positiva que se produce.  Ser creativo ayuda a aparearse y hembras que eligen seres creativos tienen descendientes creativos; por el contrario, las hembras que no siguen estos gustos, sus hijos no tendrán estas preferencias y sus genes tenderán a disminuir. Ser inteligente, no solo ayudaba a seguir vivo, sino que también mejoraba las aptitudes para el cortejo, provocando el aumento de genes que aumentan la inteligencia entre la descendencia, que a su vez, tenían mayor éxito reproductivo. De manera análoga propuso E. O. Wilson que los cerebros más grandes facilitaron una cultura más compleja lo que a su vez favoreció un aumento del cerebro.
La cultura y la enorme complejidad de la naturaleza humana obliga a tener en cuenta multitud de factores y excepciones para entender las relaciones de pareja en nuestros días. Así, el uso de métodos anticonceptivos, por cierto,  exclusivo de nuestra especie, parece contrario a nuestra animalidad, y una muestra de liberación de nuestros impulsos.  Sin embargo,  muestra como nuestra corteza frontal calcula la conveniencia o no de la reproducción en un momento dado, pero al mismo tiempo no estamos dispuestos a renunciar a tentaciones que proceden desde mucho más adentro. 
El amor, la infidelidad, los celos, la violencia de género, la prostitución,… son asuntos que han preocupado siempre a la psicología y otras ciencias sociales y han sido objeto de acaloradas polémicas que no han sido resueltas de manera satisfactoria. Por esto, a menudo convendría recordar que nuestras raíces evolutivas dejaron algunas huellas en el cableado de nuestros cerebros. Todos los animales tenemos un origen común, y algunas exigencias evolutivas se hunden en un pasado evolutivo remoto que explican algunas diferencias en las actitudes de machos y hembras hacia el sexo. Desde hace mas de mil millones de años, en el ciclo vital de estos organismos se produjo una asimetría evolutiva que dio lugar a gametos muy diferentes en los dos sexos : las hembras producen relativamente pocos y grandes gametos, los machos numerosos y pequeños, los cuales pueden fecundar potencialmente a muchas hembras. Tal vez la antigua desigualdad entre los dos gametos esté en la base de algunos comportamientos  que los humanos tenemos al afrontar los conflictos de pareja, y tal vez arrojen algo de luz a algunos viejos y confusos debates, y sobre todo, abran sugerentes vías de investigación.
El psicólogo evolucionista David Buss propuso el concepto de selección sexual para contestar  a la pregunta formulada por Edge en 2011 sobre qué concepto científico podría mejorar el instrumental cognitivo de las personas..
Así se explica: “En resumen, el hecho de venir a incorporar la teoría de la selección sexual al equipamiento cognitivo del común de los mortales no solo puede proporcionarnos una comprensión más honda de las características que presenta la naturaleza humana sino que podría ayudarnos a entender por qué nos obsesionan el sexo y la obtención de pareja, cuál es el origen de las diferencias sexuales y a qué se deben buena parte de los profundos conflictos sociales que gravitan sobre todos y cada uno de nosotros”

domingo, 27 de enero de 2013

JOAN FONTAINE


Hija de un abogado y de la actriz británica Lilian Fontaine, nació en 1917 en Japón. Sus padres se divorciaron cuando contaba dos años, y ante el delicado estado de salud de sus hijas, su madre se trasladó con ellas a California, con una Joan aquejada de anemia, de la que pronto se recuperaría.
A los 17 años quiso seguir los pasos de actriz de su hermana, Olivia de Havilland, y pese a la resistencia de su madre, empezó a aparecer sobre los escenarios hasta que en 1935 debutó en el cine. Participó en una docena de papeles sin demasiada fortuna, excepto el clásico de aventuras Ginga Din de G. Stevens y Mujeres de G. Cukor hasta que su destino se topó con el famoso productor David O Selznick, que estaba buscando protagonista para el papel de Rebeca, film que supondría el debut de Alfred Hitchcock en Estados Unidos. Tras un largo y duro casting, Joan se hizo con el papel y fue candidata al Óscar. La actriz interpreta a una joven dulce y exquisita (su nombre no aparece en todo el film) que  tiene que superar la presión de la misteriosa Rebeca y de una de las presencias más inquietantes del cine, la inolvidable ama de llaves (Judith Anderson).
En España  tuvo tanto éxito que el tipo de jersey que viste la protagonista recibió el nombre de rebeca, aceptado por la Real Academia.
Aunque ese año no ganó el Óscar, lo ganó al año siguiente por Sospecha, que también dirigió Hitchcock. Este año tuvo que competir con su hermana Olivia  a la que, rechazó las felicitaciones al subir a recoger su galardón, dejando en evidencia la mala relación existente entre ellas.
En la década de los cuarenta protagonizó diversos films como el colorista El pirata y la dama de Mitchell Leisen, la fiel adaptación de la novela de Charlotte Brontë Jane Eyre de Robert Stevenson, y con Orson Welles de pareja protagonista. Pero sobre todo interpretó a la maravillosa Lisa de Carta de una desconocida (1948), intenso y genial drama romántico de Max Ophüls. Joan esta espléndida en el papel de la frágil adolescente de mirada limpia en busca de su príncipe azul, y como la mujer sofisticada y hermosa en que se convierte posteriormente; siempre  entregada a un apuesto pianista bohemio y despreocupado (Louis Jordan).
Su rendimiento en los años 50 fue menor y apareció en menos producciones que en la década anterior. Sus películas más destacadas en este período fueron el clásico de aventuras medievales  Ivanhoe (1952) de Richard Thorpe, la adaptación de Shakespeare Otelo (1952) de Orson Welles, El bígamo, de Ida Lupino (1953) o el drama de Fritz Lang, Mas allá de la duda (1956)

A partir del fin de la década de los 50, Joan se fue apartando poco a poco del cine activo y dedicándose al teatro y a la televisión. A lo largo de su vida Joan Fontaine ha sido también piloto de aviones con licencia, una experta amazona, ganadora de concursos de pesca de atún, o jugadora de golf. Vive sus últimos años alejada de los medios en California.

P.D. Joan falleció en California a los 96 años de edad el 15 de diciembre del año 2013

sábado, 12 de enero de 2013

ROBERT REDFORD

Este rubio californiano nacido en 1936 pasó una juventud rebelde, bohemia y algo accidentada tras la muerte de su madre en 1955. Empezó su carrera cinematográfica casi a los 30 años gracias a la inestimable ayuda de su novia Lola, que lo apartó de la depresión y la bebida, y se convirtió en su primera esposa.
Pronto hizo algunos títulos notables: La jauría humana de Arthur Penn, y Propiedad condenada de Sidney Pollack, amigo con el que colaborará en muchas y apreciables ocasiones. Posteriormente hizo Descalzos por el parque que le supondría el lanzamiento definitivo al dejar boquiabierto a buena parte del público femenino.

El éxito tuvo mucho que ver con la extraña simbiosis que se produjo con otro de los actores más guapos del celuloide: Paul Newman. Ambos protagonizaron los films de George Roy Hill:  Dos hombres y un destino y  El golpe. Entre los dos se produjo una extraña colaboración, lejos de la competencia, en la cual los dos colegas salieron beneficiados, formando una singular pareja de pícaros atractivos y con clase.
En la década de los 70 fue una de las principales estrellas del cine americano y protagonizó sus mejores papeles a las ordenes de su amigo Pollack: Las aventuras de Jeremias Jonson  donde presenta la vida de un trampero y cazador solitario que abandona la civilización y se esconde en los espléndidos espacios naturales de las Montañas Rocosas, la romántica Tal como éramos junto a Barbra Streissand y con una esplendida banda sonora o  la película de espías  Los tres días del cóndor. También protagonizó otros títulos importantes como El gran Gastby, o Todos los hombres del presidente.

Ya en su etapa adulta ha participado en numerosos proyectos de desigual resultado como director y como maduro sex symbol, pero destaca por encima de todas su papel en Memorias de África (1985) de nuevo con Pollack dejando para el imaginario colectivo las hermosas imágenes sobrevolando colinas y lavándole el pelo a Meryl Streep en su granja de África.
También en los últimos años destaca su participación en el festival de Sundance, un certamen que promueve el cine independiente de jóvenes cineastas.

Su forma de colocar las manos, su elegancia al llevar un traje, su serenidad y contención en el gesto le han llevado a ser uno de los rostros más populares de la segunda mitad del siglo XX. Uno de los grandes de la época dorada de Hollywood y candidato a pertenecer en cualquier lista de los tipos con más clase que han aparecido en la pantalla.