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lunes, 29 de abril de 2013

UN NUEVO SER


Una nueva mirada.
Una nueva luz.
Un nuevo resplandor.
Una nueva esperanza.
Una nueva voluntad de vivir.
Un nuevo suspiro brillando en la oscuridad del Espacio. Una nueva ilusión anclada en la interminable cadena del Tiempo.

jueves, 11 de abril de 2013

MANUEL ALEIXANDRE

Entre la lista de mis actores favoritos está, junto a grandes estrellas de Hollywood, este eterno secundario de oro. Encarnó como nadie personajes humildes, llenos de bondad y resignación, convirtiéndose en uno de los principales nombres del cine español. Nacido en Madrid en 1917 empezó su carrera de actor gracias a su amigo Fernando Fernán Gómez pero fue “Bienvenido, Mr. Marshall"  el inicio de su éxito en la gran pantalla gracias a Luis G, Berlanga, director con el que rodó clásicos  como "Calabuch", "Los jueves, milagro" y "Plácido", entre los más destacados.

A lo largo de su deslumbrante carrera como intérprete de reparto, protagonizó títulos como  Atraco a las tres, Historias de la televisión, Amanece que no es poco, Así en el cielo como en la Tierra, El bosque animado , La marrana, Calle mayor, o Extramuros entre muchos otros. En los últimos años afrontó papeles protagonistas como el de "El ángel de la guarda", "Primer y último amor", o "Elsa y Fred", por la que optó al Goya al mejor actor principal.

Además de sus 312 apariciones en el cine, también intervino en numerosas obras de teatro – su gran pasión- y en series de televisión de gran éxito.
  
Medalla del Mérito de las Bellas Artes en 2002, Goya de Honor 2003 y merecedor de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio en 2009, su último trabajo fue en la serie "20-N" (2008), donde interpretó los últimos días del dictador Francisco Franco.
Su amigo, el escritor valenciano Manuel Vicent, le dedicó unas palabras hace unos años cuando falleció en 2010 a los 92 años.

“Siempre recordaré a Manuel Alexandre sentado en el Gijón, con el tique de la consumición enrollado a modo de pequeño pincel, que mojaba en el rescoldo del café, con el que pintaba un desnudo femenino en el papel de la servilleta, levemente escorado sobre el velador. Era la forma de abstraerse de la tertulia cuando se hablaba de problemas que no le interesaban o le traían un mal recuerdo o había algún gafe en la mesa. Llevaba todavía en los huesos todo el miedo de la Guerra Civil. Tenía un concepto catastrófico del ser humano, pero si en España se hubiera celebrado un concurso de recibir aplausos, cronómetro en mano, Manuel Alexandre lo habría ganado sin ninguna duda, más que ningún otro personaje de cualquier rango, clase u oficio. Fue muy amado por tenderos, camioneros, oficinistas, jubilados, amas de casa, presidentes de Gobierno, gente alta y baja, jóvenes y viejos. Hasta poco antes de morir, algunos en la calle aún le felicitaban por el Premio Nobel al confundirlo con el poeta de su mismo apellido. Manolo Alexandre lo mismo te recitaba sobre la marcha un soneto de Quevedo que te daba ideas para arreglar un grifo o un caldero mientras cruzabas con él un paso de cebra. Fue culto, muy leído, de costumbres consolidadas. Rafael Azcona decía: "Se nota que ya es primavera porque Manolito Alexandre ha dejado la bufanda cruzada y se ha puesto la pescadora". Lo único que le hacía llorar era el recuerdo de las noches de Pasapoga con su amigo Fernán-Gómez y el amor de algunas mujeres. Había aprendido el oficio bajo el bombardeo de Madrid, con toda la vida por delante en pensiones con olor a coliflor, corralas y camerinos hasta que, siendo por antonomasia el actor secundario en 300 películas, consiguió ser protagonista en dos de ellas a los 90 años, algo que no ha logrado ningún actor del mundo, Hollywood incluido, y que podría ser llevado al Guinness. Batió otro récord. Fue el único en ser atropellado por su propio coche al ponerse delante para detenerlo con las manos en la rampa de un garaje. Dos sucesos por los que puede pasar a la historia. Había que quererle. Cuando llegué al Gijón, hace mil años, él ya estaba allí pintando con el rescoldo del café a la mujer soñada.”

lunes, 8 de abril de 2013

IMPERATIVO BIOLÓGICO

Entre las instrucciones que guarda la secuencia genética de un espermatozoide o un óvulo está la de continuar reproduciéndose.  El imperativo biológico que estas células llevan grabado en su interior es el de conquistar la eternidad, y para ello originan un zigoto  que crecerá y se transformará en un animal. Un animal es un fragmento de carne que sirve para originar nuevos gametos que buscarán otros gametos del sexo opuesto con los que unirse para formar nuevos zigotos. Éstos se denominan diploides porque disponen de dos copias de instrucciones genéticas, uno procedente de cada célula sexual, y por ello están mejor preparados para resistir invasiones microbianas y superar obstáculos que los pudiera eliminar del tiempo. Toda una explosión de estrategias apareció en el mundo de los animales para sobrevivir. Refrigerarse o calentarse, comer o descansar, acercarse o huir, asociarse o engañar, y por supuesto, seducir y cortejar.


En el caso de los humanos, estos animales disponen entre las orejas de una masa viscosa de menos de kilo y medio que le permite ofrecer una gran variedad de mecanismos para adaptarse a un ambiente en continuo cambio. Y sobre todo ha proporcionado una auténtica maravilla evolutiva: la aparición de la conciencia y de la ciencia; la posibilidad de desvelar el secreto que guarda el fenómeno de la vida en sus secuencias genéticas y entender el origen de hombre tras ser sometido a toda clase de presiones evolutivas.
Desde este punto de vista se puede entender el entusiasmo de una pareja de adolescentes, el cosquilleo de los momentos anteriores a una cita, la furia apasionada con que juntamos los fluidos corporales o el apego que tenemos por quienes más genes compartimos. También el odio y la competencia que se genera para acaparar recursos. Pero la más importante lección que encierra nuestro ADN es encontrar placentera la búsqueda del amor así como la elegante generosidad con que nos enfrentamos al cuidado de las criaturas en sus etapas iniciales. Estos son los principales mandatos ocultos en lo más profundo de la maquinaria bioquímica de los espermatozoides y óvulos que fuimos algún día.