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domingo, 26 de enero de 2014

CINE DE MIEDO. LA NOCHE DEL CAZADOR


No soy un especial aficionado a este género cinematográfico, entre otras cosas, porque me dan mucho miedo, aunque es, precisamente, lo que debe ocurrir. Me costó mucho entrar en una sala para ver por primera vez El exorcista (William Friedkin, 1973), y lo pasé mal, es decir, con inquietante angustia durante hora y media. Aún me cuesta ver una fotografía de la niña, o escuchar el famoso: “Mira lo que hace la guarra de tu hija”. Lo mismo me ocurre con La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), o las diferentes versiones de Drácula. También me da mucho miedo  Anthony Hopkins en la inquietante El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) y otras películas de psicópatas como la famosa Psicosis (1960)  de Alfred Hitchcock.  Pero una de las cumbres del género procede de nuevo del genio de Stanley  Kubrick, que  dejó su marca en la escalofriante El resplandor (1980) con un excéntrico Jack Nicholson sembrando el terror en un hotel abandonado. Tuvo que pasar algún tiempo para que esta obra, basada en un relato de Stephen King, ocupara el lugar privilegiado que merece en el cine de terror.

Para los amantes de emociones fuertes, también les recomendaría un título no muy conocido: Suspense (Jack Clayton, 1961) donde uno se sumerge en algunos de los elementos típicos del género: mansiones rurales solitarias, figuras fantasmagóricas por detrás de los cristales, y niños inquietantes. Esta joya en blanco y negro  tuvo una indudable influencia en el español  Amenábar y su enigmático film Los otros.

También una muy antigua La parada de los monstruos, de Tod Browning (1931), rodada con seres humanos con severas malformaciones físicas y problemas mentales que dotan a la película de un realismo perturbador. Se trata de un relato circense de amor y traición que logra conmover y asustar al espectador. Considerada hoy como película de culto, fue en su día un gran fracaso de taquilla por la rareza de la propuesta y por la repugnancia que pudo causar en el público. Otra rareza que vi en mi adolescencia y ya no he vuelto a ver es un relato inquietante sobre una isla soleada dominada por unos niños que deciden vengarse de los adultos. Se trata de “Quien puede matar a un niño” de Narciso Ibáñez Serrador (1976)

Pero dejando aparte exorcismos, vísceras, zombis, fantasmas o sangre, yo les recomendaría ver, si no lo han hecho ya, una maravillosa y peculiar joya: La noche del cazador(1955),la única película que realizó Charles Laughton.



A medio camino entre el cuento de hadas y el de terror, nos cuenta la historia de unos niños al que su padre les confía un dinero robado poco antes de ser detenido. El reverendo Powell, un psicópata asesino de viudas, se entera y va en busca de la madre de los niños y del botín en un ambiente de la América profunda de la Gran Depresión.

Hay muchas cosas a destacar, pero conviene empezar por la impresionante interpretación de Robert Mitchum en el papel de reverendo. Constituye sin duda, uno de los personajes más aterradores y cínicos de la historia del cine. Un auténtico y monstruoso lobo metido en un cuento de niños.Con la palabra amor escrita en los dedos de una mano, y odio en la otra mano, el predicador presenta una esquizofrénica personalidad entre el bien y el mal,  la psicosis y la fe, entre un predicador bondadoso y el más despiadado criminal.

Muchas imágenes quedan grabadas en la memoria del espectador. Persecuciones en la escalera del sótano. El asesinato de la madre y la figura del cadáver en el rio. La silueta del reverendo a caballo recortada en el horizonte, la canción que tararea mientras persigue a los niños. Los gritos en la noche cuando los niños se escapan con una barquita de las  manos del siniestro asesino. Toda una serie de momentos de autentico cine de terror. Junto a ellos unas imágenes propias de una fábula infantil, con el cielo adornado de estrellas, secuencias de primeros planos de la fauna y flora del rio iluminados por la luna durante la huida de los niños. Todo hace que se llene la pantalla de magia y que el espectador quede fascinado por la originalidad de lo que está viendo.

 También hay que destacar la presencia de Lilian Gish que volvió al cine para protagonizar a Rachel, una anciana que recoge en su granja a los niños abandonados. Rachel supone la fuerza del bien-amor, que equilibra la perturbadora y poderosa presencia del mal-odio del predicador. También aquí, junto a momentos de autentico sobrecogimiento propios de la peor de las pesadillas, asistimos a momentos de ternura y cariño propios de un cuento de hadas. Momentos de milagrosa y esperanzadora humanidad. En una secuencia conmovedora la anciana Rachel lava el pelo del niño con protección materna. La anciana y los inocentes niños caminan en fila como si de unos ánades se tratara. La cogida de las manos frente a la apabullante amenaza de uno de los peores “malos” del cine de terror.

 Sin sangre, sin ruidos.