Desde la televisión
y desde mi ordenador llegan noticias para el desánimo, pero no dejo que éstas perturben
el ambiente que tengo reservado para mis hijos. Ahí fuera pueden estar pasando
cosas terribles e inciertas, pero en casa tengo dos criaturas que destierran el
desasosiego y facilitan que nuestro sitio permanezca limpio y sano.
Sus risas me
ablandan el rostro. Sus gritos me arrastran hacia la alegría. Sus caricias me
provocan la sonrisa más pura. Sus besos despiertan toda la ternura que llevo
dentro. Sus juegos no me permiten estar triste ni cansado. Sus dibujos me
invitan a inventar cuentos con final feliz. Su presencia me impide ser infeliz.
Es mi compromiso
ofrecerles un espacio donde se sientan seguros y queridos, y que sobre esta base
construyan su autoestima y su fortaleza en el futuro. Puede que el mundo no
esté viviendo su mejor momento, o puede que solamente sea una guerra más. Puede
que no corran buenos tiempos para nuestra civilización o simplemente sea una
exageración de mi cerebro asustado. Pero el interior de mi casa no puede estar
contaminado y el infinito amor que les tengo me obliga a no fallarles. No
ahora.