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jueves, 17 de marzo de 2016

UN DÍA GRIS

Me gustan estos días húmedos, sin sol. Es mediodía y nadie parece tener prisa. Un aura de invierno deja una débil lluvia que no llega a mojarte. Una luz pálida y silenciosa se derrama sobre calles medio vacías. El frío, desnudo,  cae con calma sobre el cristal de unos coches inmóviles. Nada se mueve,  se oye el suave silencio de las hojas. Un gato cruza la acera, indiferente, tranquilo, ajeno. Una dulce paz llena el aire. Respiro, sonrío. Camino y me siento cómodamente solo.

martes, 15 de marzo de 2016

ESCENAS NO OLVIDADAS

No parece servir de nada contar batallas desde el centro de mi memoria. Canciones pegadas en el fondo de mis entrañas suelen inundar ahora programas de televisión donde se pretende viajar a tiempos pasados recordando sus músicas. El tiempo aún no se ha amontonado en el interior de mi cerebro y éste todavía consigue distinguir las etapas que me han llevado hasta aquí. Melodías asociadas a mi madre mientras me bañaba en un barreño de agua caliente la noche de los sábados. Tiempo definitivamente perdido. Patinetes, cromos, trompas, bicicletas, pero sobre todo balones. Flechas, pedradas, cabañas, acequias y mosquitos, pero sobre todo el mar. Bailes adolescentes, orquestas a la luz de la luna, viajes a islas en busca del paraíso. Fiestas que se fundían con las olas de la madrugada. Lágrimas, orgullo, heridas, miedos, generosidad derramada. Dolor por la belleza malgastada. Largas carreteras, ciudades iluminadas bajo una noche de fuegos artificiales. Pasiones silenciosas, inocentes conquistas, aventuras arriesgadas, antiguas amistades.  Épocas donde llevaba la ilusión tatuada en el rostro y aún me sentía dueño de mis sueños. Piel salada, tostada, besada, acariciada por el aire mediterráneo. Uno podría construir un álbum autobiográfico con esas escenas que no has olvidado porque aparecen atadas a esas viejas canciones.
Recorrer tu pasado con la música puede parecer inútil, pero cuando intentas retroceder varias décadas, puedes llegar a sentir un latigazo en forma de canción que te electrocute durante unos segundos.

lunes, 7 de marzo de 2016

REPRODUCCIÓN SEXUAL Y MUERTE

La muerte no es consustancial a la vida, sino a la reproducción sexual.  Durante más de 2500 millones de años, la vida fue un proceso bioquímico cuya forma de perpetuarse en el tiempo era mediante una división celular en la cual una célula se transforma en dos células hijas idénticas, recién formadas e igual de recién nacidas. Aunque algunas de ellas desaparezcan, no tiene sentido hablar de muerte alguna, como no hablamos de muerte cuando un animal pierde una parte de su cuerpo.
Hace unos 1000 millones de años surge un nuevo modo de conquistar el espacio y el tiempo; algunos organismos se han vuelto pluricelulares y complejos y en ellos se ha especializado un grupo de células germinales responsables de transmitir los genes a la siguiente generación. Dos de estas células, de distinto sexo, estarán condenadas a buscarse y a entenderse, se fusionarán y continuarán en el teatro de la vida. El resto del organismo, formado por las células somáticas, tiene la única función de asegurar la misión de las células germinales o gametos. Una gallina es la estructura que un huevo aprovecha para originar otros huevos. La estrategia triunfó porque permitió a los seres vivos tener dos copias de cada gen y una diversidad que los hacía resistir en ambientes cambiantes; ofrecía a estos seres pluricelulares una variedad de mecanismos que resultaron útiles en la lucha por la supervivencia. Pero el cuerpo, auténtico vehículo de las células germinales, no tiene ninguna importancia en el sentido evolutivo y puesto que es costoso su mantenimiento metabólico, si no ha sido destruido por una presa, degenera y muere cuando ha pasado un tiempo prudente en el cual se supone que ya ha cumplido su cometido.
No creo que esta cuestión les importe a los pinos, mosquitos o ratones, pero los humanos han sido capaces de captar su fugacidad en este mundo y no aceptan el truco de la vida, no encajan con agrado su finitud. Su extraordinaria complejidad neuronal les proporcionó una conciencia y durante muchas generaciones, ha sido la mejor arma para dominar todos los ecosistemas donde se ha instalado, pero también les ha ocasionado grandes dosis de angustia y sufrimiento. Por eso el hombre busca a Dios, o lo rechaza cuando se enfada porque no encuentra consuelo ante tanta soledad. Usa su cerebro para encontrar la lógica de lo viviente y la armonía de los mundos, pero la muerte continua pareciéndole injusta y no se conforma con el sinsentido de su existencia. Su papel como mero intermediario de instrucciones genéticas hacia el futuro, como un simple transportador de paquetes de genes de su especie no es fácil de asimilar. Diseminar por el espacio y por el tiempo un mensaje bioquímico que está oculto en el interior de las células germinales, ésta es la estrategia que usan todos los organismos con reproducción sexual que habitan en este planeta que danza por un universo totalmente indiferente.
Durante el tiempo finito que dispone, el humano busca las más variadas formas de entretenimiento para controlar sus miedos, se intenta organizar socialmente como puede, persigue refugios donde abrazarse con seguridad y ternura a un compañero de viaje y abusa como un gran experto en el arte del autoengaño inventando toda clase de ficciones para aplacar su vacío y creerse libre y especial. Pero aunque su cerebro proporcione una extraordinaria flexibilidad donde caben excepciones para todos los gustos, nuestra condición animal grita desde el fondo de nuestras células.

Por eso, la mayoría de los conflictos humanos derivan de nuestro papel como guardianes de nuestros gametos y de la desesperación que supone entender que nuestro tiempo está tasado. Nuestras pasiones sexuales y nuestra insignificancia frente a la muerte. De ahí que Woody Allen, gran experto en el uso del lenguaje, acertó en su frase, “en el fondo, todos estamos detrás de la chica y con miedo a morirnos”, que ya cité en mi entrada sobre la selección sexual y que pueden leer aquí.