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viernes, 23 de diciembre de 2016

DE NUEVO, FELIZ NAVIDAD.

No creo que los relatos religiosos pertenezcan al mundo de los hechos. No creo en el fondo dualista que todas las religiones tienen para justificar un alma que dé sentido a la vida. Creo que es la teoría evolucionista la que mejor explica el largo camino que ha llevado a la materia a transformarse en conciencia. Es decir, es la ciencia, y no la religión la que explica la naturaleza humana, también  la naturaleza del sentimiento religioso.
Pero no me importa colocar un árbol de Navidad en mi comedor. No me importa escuchar villancicos junto a mis sobrinos y mis hijos, o hacerles creer a los más pequeños que los reyes magos les traerán unos regalos. Es una cuestión de lealtad a mis padres, o a mi infancia, o a la memoria de unos tiempos llenos de magia. Y no me parece mal aparcar la furia y renovar la ternura. Que las ciudades se iluminen de manera especial. Que los seres queridos vuelvan a casa por Navidad. Volver a recordar aquellos tiempos en los que uno se creía inmortal. Y volver cada final de año a celebrar unas fiestas con ilusión, sabiendo que todo es una ficción. No conozco a nadie que se haya traumatizado cuando descubrió que los reyes son los padres, o que los trineos arrastrados por renos no vuelan. No pasa nada si se trata de maquillar la realidad, o de perfumarla para creer por unos días que algunos anuncios de televisión pertenecen a la realidad de la misma manera que el portal de Belén. Es una buena ocasión para regalar, cualquier cosa, juguetes o perfumes, afecto o amor, pero este año, yo pienso regalar, sobretodo, TIEMPO.

Así que, querido lector. De nuevo, feliz navidad.
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 Y les dejo con los enlaces de algunas entradas similares de otros años. La de 2015,  la de 2014,  o la de 2010. La navidad vuelve cada año de manera parecida. Pero ya se sabe que el tiempo puede agotarse cualquier año.